martes, 11 de febrero de 2025

 

Amante de la calidad literaria de escritores como Stendhal, Herman Hesse, Albert Camus, Julio Cortázar o Jorge Luis Borges, el autor de esta novela nunca se había atrevido a cruzar la línea roja que, para él, suponía escribir una obra ubicada dentro de la denominada Novela Negra. Ahora lo ha hecho desde una perspectiva que difiere de los parámetros ortodoxos de ese género.

YO NO SOY LACAN (referencia a Jacques Lacan, psiquiatra y psicoanalista francés conocido por los aportes teóricos que hizo al psicoanálisis, sobre la base de la experiencia analítica y la lectura de Sigmund Freud, combinada con elementos de filosofía, estructuralismo, lingüística y matemáticas), navega, entre los límites de la psicología actual, buscando las claves por las que un asesino de doce personas es capaz de mantenerse a flote, mentalmente, en el mundo de hoy, donde la filosofía y la física han desbancado las fábulas religiosas y las normas de buena conducta, en esa vieja lucha entre la razón y cuanto existe más allá del orden establecido. Su narración nos recuerda al espíritu de los personajes de Rojo y negro, de El Lobo estepario, de La Caída, Rayuela o ese Jardín de los senderos que se bifurcan. Una novela con una trama sólida que, página a página, va cerrando los enigmas que un asesino crea, hasta cerrar un círculo perfecto en torno a su maldad.

 

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Toda una aventura analítica para poder abarcar el impacto que, algo tan complicado como la Inteligencia Artificial, va a suponer para los actuales seres humanos, la mayoría de los cuales viven inmersos en ese tsunami llamado “prisa”, donde, al parecer, todo segundo cuenta con el único objetivo de alcanzar el segundo siguiente; un impacto que debería ser analizado antes de que veamos borrada nuestra naturaleza humana a cambio de una nada metálica, llena de órdenes escritas en código máquina. Si ya las redes sociales han machacado el concepto del tiempo humano, convirtiéndolo en una especie de chicle que hay que alargar más allá de las veinticuatro horas, lo que se nos viene encima será mucho peor. A base de prótesis que nos venderán como absolutamente necesarias, seremos dominados por un concepto metálico de ceros y unos -en el mejor de los casos-, cuya única meta será la dominación total y absoluta de nuestras sociedades. No volveremos a ser los que fuimos. La imaginación será ahogada por el consumo. De eso trata esta obra, donde el personaje central y su grupo de amigos se atreven a luchar contra un gigantesco cíclope de ojo único, vestido con inteligencia artificial desde los Centros Comerciales de la Programación y las fábricas de algoritmos, donde se nos han robado las muñecas de trapo, las pistolas de plástico, las espadas de madera, los fuertes apaches llenos de indios y americanos, los soldaditos de plomo, los diavolos, los arcos de caña, las flechas y hasta las canicas, entre mil juguetes más, a cambio de juegos para consolas con mandos a distancia, donde la imaginación de los niños ha fallecido porque lo tienen todo hecho. La libertad de inventar distracciones ha sido aplastada por circuitos debidamente estudiados por magos encadenados a ordenadores, desde donde se enseña a correr y se mata, como si la vida de los personajes se limitara a simples imágenes virtuales que desaparecen en la nada tras un click, para sólo conseguir puntos. La adición a la nada, una droga que ya ha devorado a millones de jóvenes. El autor, en esta lucha, no utiliza armas de ciencia ficción, sólo palabras e ideas desde un terreno literario propio. Leer esta obra no dará premios virtuales. Si acaso, avisos sobre los nuevos flautistas de Hamelin que están llevando a nuestra sociedad hacia un pozo sin fondo.