sábado, 9 de marzo de 2024

 

No debe ser fácil, desde la perspectiva de los casi ochenta años, dirigirse a una nieta de doce, para tratar de explicarle la belleza de su juventud y las infinitas lagunas del mundo en que ambos viven; él, llegando a la colina desde donde, con más o menos facilidad, otear el horizonte hacia los cuatro puntos cardinales, hacia arriba -ese hipotético cielo donde el color azul celeste engaña los sentidos, ocultando un gigantesco vacío oscuro-, y hacia abajo, en el confuso interior de uno mismo.

El autor ama las aventuras complejas y, en esta ocasión -se trata de su obra número cuarenta y dos-, intenta el triple salto mortal de abrir en canal su propia conciencia ante los ojos abiertos de una adolescente. Si en el grupo de sus lectores habituales y esporádicos los hay que gustan de las novelas de amor, esta obra es un ejercicio que pone a prueba esos sentimientos que cualquier persona de bien anhela poseer en algún momento de su vida; si los hubiera de los que se conforman con narrativas sociales o con aventuras más allá de lo imposible, aquí van a encontrar los beneficios de su afán literario; si acaso buscan un libro que arañe en eso que algunos llaman intelectualidad, el autor ha hecho un auténtico esfuerzo por mostrar cuanta cualidad cognitiva y racional poseen o han poseído algunos seres humanos; pocos, por desgracia, tan sólo una minoría. El mundo actual y el que formará el paisaje de su nieta cuando ésta vaya creciendo, tiene demasiada prisa por llegar a ninguna parte. Los que creen en fábulas se conforman con existir con la cabeza enterrada entre sus propias plumas. Los que no creen en nada se declaran agnósticos aunque no sepan nada del agnosticismo. Y los que no saben ni contestan, seguirán toda su vida mirando la televisión y gritando por los resultados del deporte que más les guste. Insisto: esta obra es una declaración de amor, aunque, en su fondo, se asome -para quien sepa leer entre líneas, o fuera de ellas-, el terror atávico a ese monstruo de cien cabezas y mil brazos llamado ignorancia, aceptada como animal de compañía.

Mientras escribía estas páginas, el autor se ha preguntado a veces qué sentido tenía dejar impresas estas reflexiones y estos pequeños hechos. Desde el más allá o el más acá, recibía entonces la voz grave de Lao Tse, susurrándole en la nuca: “Ser profundamente amado te da fuerzas, mientras que amar profundamente a alguien te da coraje”. Por fortuna, Friedrich Nietzsche dejó escrito: “Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”. Y eso salvará a cualquiera que lea este libro.

martes, 21 de noviembre de 2023


 

 



¿Hay razones que justifiquen por qué los seres humanos llevan más de cuarenta siglos matándose los unos a los otros? Según La Biblia Cristiana el primer hombre nacido de mujer fue un asesino. Llevamos miles de años mirándonos a la cara, estudiando nuestros comportamientos, elaborando teorías, adoctrinando con infinitas falsedades y echando a la cara de los dioses la culpabilidad del desastre que somos.

De eso va esta novela, de los infinitos matices con los que pretendemos ser lo que no somos, enmascarar la naturaleza del rencor, disimular la realidad. Nacemos, tenemos una vida corta y fallecemos tan ignorantes como cuando aparecimos en este mundo. Matamos o nos dejamos matar de infinitas formas. Y mientras, hablamos, no paramos de hablar. Vivimos media existencia despiertos y dormimos la otra media. Y cuando estamos en plena vigilia, inventamos historias, tan inexistentes como la nuestra, para distraernos. Siempre, a pocos kilómetros de distancia, hay gentes matando, arrasando naciones, huyendo de la nada hacia otras nadas semejantes. Y todo se repite, una y otra vez, sin que consigamos extraer de los hechos una razón válida que justifique nuestros deseos de supervivencia. Flotamos en lo desconocido. De eso trata esta novela.

De la absurda manera en que los seres humanos se mienten a sí mismos, día tras día, año tras año, huyendo de la eternidad. Y por tanto, esta obra va de la falsedad de ese cuento virtual al que llamamos, pomposamente, nuestra historia.

Según el autor, ahora que se ha estrenado la película Oppenheimer de Christopher Nolan, sin rozar apenas las consecuencias de aquel hecho; ahora que se están matando a innumerables seres humanos -jóvenes, mujeres, niños, ancianos-, ahí cerca, tanto en Gaza, como en Ucrania; ahora que podemos ver de cerca, en alta resolución, desde nuestras propias casas, las tripas cerebrales de algunos dictadores, fuera aún de los tratados de historia, es el momento de hacer literatura más allá de las anécdotas, los juegos intelectuales de entretenimiento, los traumas de tres al cuarto, y enfrentarnos con lo que vemos en los espejos cuando nos miramos, con cierto detenimiento, cada mañana.

Creo que con “Caín y el Soldadito de plomo” lo he intentado.

martes, 11 de julio de 2023

Mi pasión por el tenis, durante treinta y cinco años, ha hecho que, tras publicar casi cuarenta novelas, me plantease escribir sobre el milagro humano de la amistad, con una pandilla de locos capaces de desafiar los años, el tiempo y los retos corporales de unos cuerpos que no están hechos para el tremendo esfuerzo que caracteriza a este deporte. ¿Por qué lo hacemos? ¿Se puede considerar, desde algún punto de vista, algo positivo este reto?

En las pistas de tenis se radiografía, con toda precisión, el carácter de cada jugador: su capacidad para la amistad, para el enfrentamiento, para la nobleza de espíritu, para la superación de los cien obstáculos inmediatos que la vida puede poner delante, en un reducido espacio de terreno, donde el éxito depende de reacciones inmediatas. Cuando el cerebro le exige al cuerpo que de un paso más allá de lo posible, se hace patente que el pasado corre hacia atrás, hacia la nada absoluta, a una velocidad más alta que la presentida en la vida cotidiana.

EL TENIS COMO ANIMAL DE COMPAÑÍA quiere ser una mezcla creativa entre la novela, la crónica, la historia y, en definitiva, los recuerdos que se me han quedado colgados de mi raquetera. Además, se trata del pago de una deuda afectuosa a veces, rígida en otra, exagerada de vez en cuando, como suelen ser los datos que el tiempo ennoblece con el polvo del olvido.

La pequeña historia de unas decenas de chiflados -algunos maravillosos, unos cuantos de egoísmos medios, y varios de cicatería mal simulada-, con sus locas raquetas y sus cordajes entre veinte y veintiocho kilos de entusiasmo, en busca de trofeos virtuales que apenas decorarán sus ya caducas memorias.

La conclusión de este libro está grabada en la sentencia de Marco Aurelio: “Cuando te levantes por la mañana, piensa en el privilegio de vivir: respirar, pensar, disfrutar, amar” y jugar al tenis -añado yo, con permiso del emperador romano-.



 


 

jueves, 18 de mayo de 2023

 

EXPLICACIÓN:

La vida íntima de un escritor suele transcurrir entre el deseo de crear, sus pasiones confesables, las razones huidizas de sus traumas, y los libros que va leyendo en el camino. Sobre este último elemento, hay obras que le dejaron una huella imborrable, sobre todo en sus comienzos, en ese tiempo en que que aún creía, a base de frases y palabras, poder dar con las claves del mundo que le rodeaba. A mí me ocurrió con el “Rojo y negro” de Stendhal, con “Demian” de Herman Hesse, el “Aleph” de Jorge Luis Borges y, sobre ellos, con “El extranjero” de Albert Camus. De todos ellos, nunca de podido librarme de éste último.

Por fin he podido enfrentarme, desde mis vísceras, con aquella lejana tarde, donde, con apenas dieciséis años, tras almorzar con mis padres en la ciudad de Oujda, en la frontera entre Marruecos y Argelia, me fui a pasear solo mientras ellos deambulaban por su zoco. Fue así como tropecé con una oscura y pequeña librería, en la que había más polvo que libros. Y ojeando en una de las estanterías, combadas por el peso y arañadas por la carcoma, di con un pequeño libro, editado en francés, bajo el título de “El extranjero”. Debí pagar una ridiculez por el libro, ya que el rostro del librero expresó la sorpresa de deshacerse de aquel ejemplar, infinitamente manoseado. Me senté en un café de la plaza El Attarine junto al Souk Kednasa. Pedí un té con yerba buena y abrí la obra. Su primera frase jamás la he olvidado: “Aujourd'hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas. J'ai reçu un télégramme de l'asile: Mère décédée”. Tampoco la última: “Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear, en el día de mi ejecución, la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio”. Ni, mucho menos, a su personaje principal: Meursault, que personifica la carencia de valores del hombre, degradado por el absurdo de su propio destino; ni el matrimonio, ni la amistad, ni la superación personal, ni la muerte de una madre... nada tenía la suficiente importancia, ya que la angustia existencial de este antihéroe inundaba todo su ser.

Ahora me ha llegado el momento de ahondar en la huella que escarbó, dentro de mi cerebro, aquella obra. En absoluto pretendo equiparar, con mis dotes narrativas, la enorme capacidad de Albert Camus. Pero, como autor que emprende el viaje de su novela número treinta y ocho, en el año 2023, en plena decadencia del espíritu humano, me someto a los dictados de mi cerebro y obedezco la orden de revocar aquel viejo recuerdo argelino que, poco a poco, me convirtió en escritor.


ARGUMENTO

La trama es una reflexión continua sobre las relaciones y los juicios éticos y morales de un hijo sobre sus padres; dos ancianos encerrados en una residencia, aislados el uno del otro, en una fase terminal dentro del Oscuro Reino del Alzheimer. El personaje es un hombre sin ambiciones y sin sentimientos. Trabaja en una oficina bancaria, en el tramo más bajo del escalafón. Un extraño caso de persona que vive aislado en sí mismo, junto a una mujer virtual, creada a su imagen y semejanza, único ser casi humano cuya presencia soporta.